domingo, 1 de mayo de 2011

Los niños aprenden lo que viven



El niño entra al mundo como un organismo en pleno funcionamiento; responde por medio de sus sentidos y de estos dependerá su supervivencia. Necesita mamar para ser nutrido y necesita ser abrazado, tocado y acariciado para vivir. El pequeño aprende a conocer el mundo a través de los olores, los sonidos, los sabores, los colores; es decir, del uso completo de sus sentidos. Poco a poco se hace consciente de su cuerpo; encuentra que puede alcanzar, coger, asir, soltar y explorar. Va adquiriendo nuevos niveles de control y maestría.
Al percatarse cada vez más de sus sentidos y su cuerpo, el bebé comienza a diferenciar sus sensaciones, sentimientos y expresiones. Todavía no domina el arte de interrumpir la expresión emocional y nos comunica sin lugar a duda si está contento, adolorido, asustado, o estresado. Un poco más adelante sus funciones intelectuales se desarrollan rápidamente. Aprende a utilizar el lenguaje como medio para lograr claridad, para expresarse y de conseguir lo que necesita. Al desarrollar su intelecto empieza a expresar deseos, curiosidades, pensamientos e ideas.

Una estimulación adecuada e ininterrumpida repercute en un desarrollo sano del organismo infantil (sentidos, cuerpo, emociones e intelecto) y es la base primordial para el desarrollo del sentido de sí mismo, del sentido del Yo. Cuando un niño desarrolla un fuerte sentido de sí mismo porque se le ha proporcionado afecto y experiencias sensorialmente estimulantes genera un buen apego a las figuras afectivas y en consecuencia un acercamiento y contacto positivo con el entorno y con las personas que lo conforman.

El proceso mediante el cual un organismo vivo mantiene su equilibrio y por lo tanto su salud, es un proceso natural y es por este proceso natural que el organismo se mueve hacia el entorno para cubrir sus necesidades tanto fisiológicas como emocionales y afectivas. Dado que son muchas las necesidades que continuamente surgen en el organismo minuto a minuto, estas necesidades alteran su equilibrio continuamente, transcurriendo este proceso de autorregulación durante todo el tiempo.

El niño a temprana edad depende totalmente del adulto para cubrir sus necesidades. Al crecer desarrolla nuevas habilidades, encuentra formas para comunicar sus necesidades y empieza a cubrir algunas por sí mismo. El modo en que los padres satisfacen sus necesidades y sus deseos, la manera como reaccionan a la expresión auténtica que tiene el niño por expresar estas necesidades y estos deseos y la manera como responden los padres  ante los intentos del niño de valerse más por sí mismo para satisfacer esas  necesidades, afectarán profundamente la idea y el valor que el niño va creando acerca de sí mismo, del Yo. También es a partir de estos momentos que el niño absorbe muchos de los introyectos y mensajes  negativos que lo acompañarán a lo largo de su existencia.

Todo niño tiene un fuerte impulso natural hacia la vida y hacia el crecimiento. Este impulso natural va a predominar en sus conductas y en la manifestación de sus emociones. Si el niño determina que la expresión de su enfado causa desaprobación, tratará de suprimir estos sentimientos. Si el niño se da cuenta que la curiosidad por experimentar nuevas sensaciones  le trae reprimendas, inhibe su mundo sensorial. Si el niño recibe rechazo por expresar  sus ideas y emociones, la inseguridad invadirá su ser. Como el niño siempre busca la aprobación y la validación de su Yo, va optando por diversas conductas para lograr la satisfacción de sus necesidades. El organismo del niño tiene una necesidad apremiante de expresarse, la expresión espontanea es su forma más natural para comunicarse con el entorno. Si el niño ha suprimido sentimientos de rabia por ejemplo, estos van a tener que ser expresados tarde o temprano de alguna forma,  y esto puede causarle problemas sin ni siquiera estar consciente de su propio enfado. Si el niño no puede encontrar una forma de expresión sana y adecuada, buscará otra, y quizás encontrará alguna no apropiada ante el juicio del adulto.

Los comportamientos que llevan a un niño tener problemas de conducta es importante verlos como las maneras que va encontrado para sobrevivir, para resolver sus necesidades, para llenar huecos, para lograr un sentido de sí mismo, para descargar energía, para contactar su ambiente, en una palabra para crecer en este mundo; es su fuerza vital, su búsqueda incesante de equilibrio lo que hace que se haga tímido, que fantasee, que niegue, que mienta, que pegue, que robe, que grite, que se asuste, que sea dependiente, que se orine, que se muerda las uñas o que se enferme.

Los niños son diferentes de los adultos. El adulto lucha para lograr existir cada día, el niño también, pero el niño además, tiene la necesidad de CRECER. Su organismo fluctúa, cambia, madura, se desarrolla. Surgen nuevas necesidades, pero no deja de crecer. Es como un árbol, si es necesario crece torcido, pero crece.
Muchos niños que crecen en entornos negativos, estresantes y sin una nutrición afectiva se convierten en perfectos candidatos a desarrollar  muchos tipos de problemas de conducta. Al crecer en entornos violentos, represivos  y sin apoyo emocional estos niños tienden a apagar sus sentidos, a descontrolar sus músculos, a reprimir o no expresar sus sentimientos y a apagar su intelecto. Lo hacen debido a las suposiciones que van formando acerca de sí mismos en respuesta a las experiencias vividas. Cuando los sentimientos del niño no son expresados ni aceptados, simplemente aprende que no debe sentir así; que no debe llorar, que no debe expresar su enfado, que está mal al tener miedo. Tanto la habilidad del lenguaje como su postura corporal están cercanamente asociadas con sus sentimientos. Desarrollan un vocabulario limitado y una incapacidad de expresar con amplitud sus sentimientos y necesidades. Este niño aprende que demasiado pensar lo mete en problemas, que hay ciertas o muchas cosas que no se dicen, otras que no se cuestionan, temas de los cuales no se habla, preguntas que no se hacen, opiniones que no se expresan; como consecuencia empiezan a cerrar su mente, sus sentidos, sus sentimientos, su intelecto y su cuerpo. Entonces las fronteras de contacto del niño con el entorno se vuelven difusas y su sentido de sí mismo, del Yo se desequilibra.

Debido su característica egocéntrica, el niño  con problemas de conducta generalmente tiene disturbios en el sentido de sí mismo. Siente profundamente que algo le falta, que él es de alguna manera diferente a los demás, se siente solo, siente que algo en él está mal. Se culpa a sí mismo,  no se siente merecedor de atención y afecto e imagina que es malo, que ha hecho algo equivocado, que no es suficientemente inteligente o apto. Pero el deseo de sobrevivir es más fuerte que nada y en cada niño reside ese potencial de vida que trae consigo mismo todas sus habilidades y capacidades desde el momento de su concepción. Sin embargo, a pesar de este potencial vital, se va formando en este niño un vacío emocional, una cavidad que se va abriendo más y más, cada vez más profunda y el niño desarrolla una forma de ser y estar en la vida.
Por el contrario, cuando un niño tiene un fuerte sentido sí mismo, del su Yo, desarrolla naturalmente la capacidad de apoyarse en él mismo, de confiar en su organismo, de reconocer sus necesidades, de estar presente y logra hacer contacto con los demás de manera afectuosa y positiva. Pero si ha constreñido o fracturado partes de él mismo, el sentido de quién es y quién es el otro será difuso y deberá compensarlo de alguna forma creando fuertes dependencias.

Cuando un niño manifiesta síntomas somáticos, comportamientos negativos, agresivos o evasivos es muy importante que los reconozcamos como las manifestaciones de un organismo en busca del equilibrio perdido. Ayudar a despertar y estimular los sentidos, enseñar a reconocer, aceptar y expresar los sentimientos, promover la creatividad, permitir que ejercite el  escoger y el decidir, enseñar a verbalizar los deseos y necesidades y a buscar la manera en que esas necesidades pueden ser satisfechas.  Apoyarlo a aceptarse como es, en sus diferencias y su unicidad. Promover el encontrarse nuevamente con sigo mismo en su camino de crecimiento, respetando su manera personal y singular de ser quién es, de su expresión personal y de su natural espontaneidad. Por último, fomentarle el amor por sí mismo.

Cuando el niño acepta y experimenta todos los aspectos de sí mismo sin juicios, crece feliz y saludable. Mientras haya algún adulto que de luz a los oscuros vacios del niño infeliz, que los vaya iluminando y los vaya trayendo hacia el contacto con su sí mismo único, el niño experimentará la integración de toda su personalidad.
Si un niño vive con crítica,
aprende a condenar.
Si un niño vive con hostilidad,
aprende a pelear.
Si un niño vive con ridículo,
aprende a ser tímido.
Si un niño vive con vergüenza,
aprende a sentirse culpable.
Si un niño vive con aliento,
aprende a tener confianza.
Si un niño vive con alabanza,
aprende a apreciar.
Si un niño vive con justicia,
aprende a tener fe.
Si un niño vive con aprobación,
aprende a quererse.
Si un niño vive con aceptación y afecto,
aprende a encontrar amor en el mundo.

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